Igualdad. – Conformidad de una cosa con otra en naturaleza, forma, calidad o cantidad. Correspondencia y proporción que resulta de muchas partes que uniformemente componen un todo. Ante la ley: Principio que reconoce a todos los ciudadanos capacidad para los mismos derechos. – Dicc. Enciclopédico Espasa-Calpe y Dicc. Real Academia Española.
El concepto de igualdad, por la diversidad de criterios que lo han sustentado, es, sin duda, el que ha promovido más discusiones en el seno de la sociedad humana.
Se invoca la igualdad al amparo de leyes sociales, y más significativamente aún, allí donde la diferencia de clases descubre a los desamparados de la fortuna clamando por un tratamiento similar al que gozan las capas superiores. El comunismo, que derrocó a los zares de Rusia y echó por tierra a la aristocracia de ese pueblo, fue una explosión del concepto de igualdad que irrumpió violentamente en todos los ámbitos de su territorio, derribando y exterminando todo, en la pretensión de someter a todos a la igualdad soñada por los líderes de la revolución, cuanto vestigio de privilegio pudiera existir. La experiencia, parte viva de la realidad, que no puede negarse so pena de caer en la necedad, fue modificando el primitivo concepto del bolcheviquismo hasta acondicionarlo a formas más aceptables para la organización social de aquel país. Por mucho que los hombres se alejen de la realidad, siempre termina ésta por volverlos a aproximar.
El concepto de igualdad en su más amplia acepción, es decir, en su contenido universal, difiere mucho del vulgar. Su esencia ha de buscarse en los orígenes del género humano; mejor aún, en los orígenes de la vida como vehículo de manifestación del alma, que cumple, sucesivamente, períodos de evolución a través de épocas y edades hasta realizar su perfección.
Todo indica que la presencia del hombre en el mundo, reproducida en un sinnúmero de seres, fue idéntica en su primera manifestación, o sea en el punto de partida; pero esa igualdad ha debido sufrir una serie de modificaciones a medida que los seres fueron alejándose de aquel punto inicial. Si bien es cierto que fue dado a todos un destino común, se desprende de multitud de hechos que atestiguan la exactitud de nuestras afirmaciones, que ese destino sólo es fatal para los pobres de espíritu, para los que nacen y cesan sus días en este mundo más o menos como acontece en la especie animal. Desde los albores de la humanidad, los aborígenes, indígenas y todas aquellas tribus nómades, tienen prefijado un destino común, el cual, con ligerísimas variantes, es casi idéntico en todos, ya que pocas veces son capaces de sobrepasar la meta establecida. Pero, no bien pudo el hombre despertar en conocimientos que aventajaban considerablemente a los primitivos, se dio cuenta de lo mucho que podía hacerse para mejorar la existencia y alcanzar destinos mejores.
La historia humana es una larga, interminable sucesión de relatos que describen los triunfos del hombre en los diversos campos en que le fue posible actuar como ente dotado de inteligencia y sensibilidad. Esos mismos triunfos señalan progresos continuados, en un constante empeño por ampliar sus perspectivas y lograr un mayor dominio sobre los elementos, lo cual fue transformando a la tierra, a través de sucesivas etapas, en un mundo civilizado y apto para toda clase de actividades que pudieran facilitar con amplitud la evolución humana.
Evidentemente, esos progresos denotan ya un cambio, tan visible como convincente, de aquel destino común de las primeras edades, en que la incipiente reflexión no acusaba mayores aspiraciones. Sin embargo, la palabra destino contiene la trayectoria que puede seguir el ser humano hasta la más alta ascensión. De ahí el desenvolvimiento entre los seres dotados de razón, quienes no obstante ser en apariencia similares entre sí, se hallan a diferentes y aun a grandes distancias unos de otros, según el grado de evolución alcanzado individualmente.
La igualdad es una ley inexorable, y ha de entenderse que como tal, no puede violar otras leyes, pues todas se complementan haciendo posible el equilibrio del Universo.
La ley de igualdad significa, entonces, que regirán las mismas perspectivas para aquellos que se hallen en iguales condiciones, y podrán disfrutar de los mismos derechos y goces mientras no exista alteración en el punto de igualdad en que se encuentren temporariamente. Si cien o mil personas comienzan un largo viaje a pie, no todas caminarán con idéntico aplomo, energía y velocidad. Empero, el hecho de que unos cubran una etapa en menor tiempo que otros, no quiere decir que los que quedan atrás no puedan alcanzarlos, y en el caso de que esto acontezca, se hallarán nuevamente en igualdad de condiciones. Estarán en el mismo sitio, disfrutando de análogas perspectivas.
Es similar lo que acontece en el trayecto que se recorre a través de la existencia: pueden encontrarse dos o más seres en el mismo grado de evolución; en tal caso, sus condiciones y prerrogativas serán iguales, pero se entiende que lo serán mientras permanezcan en ese grado de evolución, ya que desde el momento en que cualquiera de ellos lo trascienda, esa igualdad quedará, lógicamente, alterada. Vemos aquí la amplitud de esta concepción que define a la igualdad.
Otra imagen de gran fondo que habrá de ilustrar en otro aspecto el significado de la palabra igualdad y demostramos cómo ésta, sin perder su fuerza, se manifiesta tal como debe ser concebida por la inteligencia que sabe descubrirla allí donde su presencia pueda dar más de un motivo para la reflexión, nos la presenta una familia numerosa, cuyos hijos han nacido en igualdad de condiciones y a quienes se les ha prodigado el mismo amor, el mismo alimento, el mismo aire. Todos vivieron, además, en el mismo hogar y recibieron idéntica educación. La igualdad, pues, no pudo ser puesta de manifiesto con mayor elocuencia; no obstante, cada uno de ellos tomó rumbos diferentes: uno siguió una carrera y escaló posiciones descollantes; otro siguió un oficio; aquél se hizo navegante, y hubo de los que no quisieron estudiar ni trabajar y prefirieron la vagancia, llegando algunos, por los caminos del vicio, hasta la cárcel.
¿Quién alteró aquí la igualdad? ¿Quién podría, sensatamente, pretender volver a la igualdad a todos estos hijos, colocándolos en el mismo plano, en una posición similar y gozando de iguales prerrogativas? La igualdad existió, en este caso, durante un tiempo, mas luego fue alterada por obra de cada uno.
He ahí la verdadera igualdad; la sabia, la justa, la incuestionable; la que brinda a todos la misma oportunidad.
El propósito humano no debe tender jamás a buscar la igualdad por la violencia o por medios arbitrarios, pues lograrlo traería una igualdad injusta, o peor aún, una simulación de igualdad.
Todo hombre ha de tratar de igualar a aquel que por sus esfuerzos o por cualquier circunstancia que él ignore, está por encima suyo. La igualdad ha de concebirse en un plano de equidad y de justicia, y el que se encuentra abajo debe ascender hasta donde se halla el que está más arriba, si es a éste a quien quiere igualar. El que se inicia en la carrera militar, por ejemplo, sabe que sólo por la realización y por el estudio habrá de ir conquistando sus grados y alcanzando a cada uno de sus superiores en sus respectivas jerarquías, hasta igualar a aquel que lleva las jinetas de general. Pero para ello, le será necesario ser también un general. Sería absurdo que el militar incipiente pretendiese que el de mayor jerarquía lo igualase retrocediendo hasta colocarse en su posición, siendo que es a él a quien corresponde efectuar la trayectoria ascendente que lo lleve a igualarse con su superior.
La igualdad debe constituir el supremo anhelo del alma humana, la suprema aspiración; mas, para que ello tenga toda la fuerza necesaria a fin de encarnar un gran ideal, debe entenderse que esa igualdad ha de ser obtenida casi exclusivamente por el esfuerzo propio y representar el objetivo esencial, ello es, igualar al que es más en el amplio sentido de la palabra.
La igualdad como forma jurídica de Derecho Universal tiene que existir y existe, adaptada a los medios de convivencia social en que se nuclean los diferentes tipos que integran la sociedad humana en los respectivos países; pero esa igualdad es más aparente que real; establece un «modus vivendi» aceptado porque sí —y esto es paradójico—, por exigirlo las normas toleradas por la misma sociedad.
La prominencia en las posiciones políticas, sociales y económicas, establece de hecho privilegios que por cierto no gozan los que se hallan en posiciones inferiores. Por otra parte, las relaciones y vínculos de todo orden entre los seres permiten también ventajas que no obtiene el que está totalmente aislado de los demás. A pesar de esto, nadie podrá afirmar que exista alguien a quien las leyes, que rigen para todos en una perfecta igualdad de rigor, le hayan negado la posibilidad de conquistar posiciones y gozar de idénticos privilegios.
Eu suma: la igualdad es una ley de orden universal que da al hombre la comprensión de lo que es, conforme al lugar o posición en que está situado. Según el decir bíblico, Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza; esto no quiere significar que le hizo igual a El, pero dióle a entender que la igualdad era el camino que debía recorrer hasta alcanzar su imagen ir semejanza.