Cuando se trata de penetrar en el significado de una palabra con el ánimo de extraer de ella, si no toda, por lo menos una parte de la esencia que encierra, se tiene la sensación de entrar en una gruta cuyo último rincón nunca se alcanza a descubrir, y en la cual, mientras se avanza en busca de ese mismo rincón, cada cosa que existe habla con un lenguaje misterioso, que muchas veces se entiende, pero no siempre es posible explicar.
Si elevamos el pensamiento en pos de un contenido más profundo de la palabra gratitud, encontramos que nuestra propia vida es una deuda contraída con quien creó la existencia humana. Mas como esa deuda jamás es recordada a los hombres, acontece que éstos la olvidan, y de ahí que tantos se sientan más bien acreedores que deudores ante Dios.
Así es cómo se le invoca pidiendo su auxilio divino en los momentos de aflicción; así es cómo se le invoca también para la solución de muchas de las dificultades de la lucha diaria. Todo el bien que de esa inmarcesibIe fuente se recibe, rarísima vez es recordado, y aunque nunca se agradezca, no se disimula sin embargo el disgusto cuando ese bien no llega.
He ahí, pues, cómo lo que debe ser gratitud se convierte en ingratitud; y esto se repite y se ha repetido a través de todos los tiempos: se invoca a Dios para salvar los trances difíciles o angustiosos, pero luego de esos instantes de apremio El parecería estar ausente del pensamiento humano.
Bienaventurado, sin discusión alguna, quien recuerda al Supremo Hacedor en sus horas de felicidad; quien haciendo de esa gratitud un culto, mantiene vivo y presente su recuerdo. No puede haber felicidad más completa que la que experimenta el hombre cuando invoca a Dios para presidir sus fiestas, sus alegrías y, como hemos dicho, todos sus momentos venturosos.
Trabajar y consagrar la vida al bien por el bien mismo, es ofrecer la mejor prueba de gratitud a la Suprema Ley de Dios.
Entre los pueblos y entre los hombres, la gratitud ha sido siempre desdeñada, considerándosela, casi podría decirse, como algo ajeno al temperamento humano, tan propenso a la vanidad y al orgullo. Sin embargo, cuando ella se manifiesta en los espíritus, la convivencia con el semejante se torna benigna, grata y llevadera. De la gratitud surge la nobleza y los sentimientos más puros, puesto que en ella reside lo más excelso de la naturaleza del hombre. Lo prueba el hecho de que lo apuesto, la ingratitud, engendra la deslealtad, la traición y cuanto de vil puede anidarse dentro de la mente humana.
La gratitud es una de las virtudes que el hombre echa en el más completo abandono e indiferencia. No sería aventurado expresar que es justamente por esta causa que ha padecido y padece tantos sufrimientos, pues cuando la gratitud está ausente del corazón humano, los buenos sentimientos se debilitan y se corre el riesgo de atraer sobre sí todo el mal que acarrea la ingratitud.