De tiempo atrás, se diría desde que el hombre comenzó a sentir las primeras inquietudes respecto a las razones de su propia existencia, fué preocupación permanente hallar o descubrir la palabra maestra, que guiase al entendimiento hasta las más altas cumbres del saber, por encima de las ciencias y las creencias admitidas. Esa palabra vendría a constituirse en la ciencia madre de los hombres, cuya función primordial sería la de abrir a la inteligencia humana las puertas que dan acceso al conocimiento de las supremas verdades.
El hombre inteligente, que nunca se ha resignado a renunciar a semejante prerrogativa, buscó siempre por doquier la oportunidad providencial de ponerse en contacto con dicha ciencia, aun cuando desconociese su existencia o considerase que se hallaba distante de poderla comprender. Lo evidencia el hecho de que en todas las épocas han aparecido pensadores atrevidos que intentaron la empresa, y aunque la casi totalidad fracasó, debe reconocerse que sus esfuerzos no fueron vanos, ya que inspiraron con sus decisiones y entusiasmos no pocos aciertos en las investigaciones que luego siguieron sobre el particular.
A esa ciencia universal e ilimitada se le dió el nombre de Filosofía, por cuanto de algún modo había que llamarla cuando a ella se aludía.
La reflexión naciente de aquellos días sólo tuvo en cuenta al producir ese nombre, el carácter familiar de su significado, cuyo ascendiente en la estima de los contemporáneos propició su consagración definitiva.
Por nuestra parte, sostenemos que la Filosofía no es precisamente la ciencia madre; pero puede considerarse sí, la ciencia de enlace entre ésta y las comunes, y diremos por qué.
La Filosofía no establece los principios del ser y del saber. No determina tampoco cuál es la razón del orden en la creación ni presenta el origen de las leyes que gobiernan el espacio, el tiempo y todas las formas de existencia contenidas en el Universo. Ella ha debido recurrir con frecuencia a la Lógica para auxiliarse en determinadas circunstancias. En nuestro concepto, la Lógica es la ciencia de la sensatez.
Así, por ejemplo, cuando la Filosofía ha intentado penetrar en el campo de las combinaciones mentales u operaciones de la inteligencia humana, se ha encontrado siempre limitada por la ausencia de nociones sobre el mecanismo dominante del espíritu, en estrecha relación con las leyes supremas que establecen en cada caso el mérito de sus aplicaciones. Por lo demás, esas leyes supremas a que nos referimos, al ser independientes de la naturaleza de nuestros pensamientos, son la expresión más viviente de las reglas absolutas que rigen al entendimiento y alcanzan también a todos los pensamientos que accionan dentro de la mente.
Es indudable que cuando los hombres de la antigüedad designaron con el nombre de Filosofía a la ciencia magna que habría de abarcar todos los conocimientos, no pensaron que podrían existir jerarquías de conocimientos que se hallaran fuera del contenido de esa palabra.