Se habla comúnmente del héroe cuyas hazañas en los campos de batalla le valieron la admiración general y la distinción de tan elevado rango moral. También se menciona a otros, en cuyos ambientes las oportunidades de alcanzar tal jerarquía es considerablemente menor, siendo quizá los menos recordados los que figuran en el campo de la ciencia.
Parecería que la palabra héroe está asociada a todo lo que se relacione con luchas, tragedias, actos de abnegación, etc. Y, en efecto, ella supone la exaltación de un nombre a la altura de los privilegiados, en virtud de actos de arrojo o hechos en los cuales, según la acepción corriente, se muestra un total desprecio a la vida.
Sin menospreciar, desde luego, el mérito que tales actos o hechos puedan tener, será necesario que digamos, no obstante, que más de uno de esos momentos que se fijan en la historia como ejemplos de heroísmo, suelen ser promovidos por causas ajenas a la voluntad de los protagonistas. La circunstancia, el apremio supremo, la necesidad de encarar en brevísimos instantes, angustiosas situaciones, son, en muchos casos, acicates máximos que impulsan al hombre a empresas heroicas.
Esta sencilla discriminación que nos permitimos hacer, es a los efectos de señalar que, conforme a lo que el vulgo entiende, el héroe surge bruscamente del acto o del hecho que le consagra como tal, apareciendo revestido de virtudes o cualidades hasta entonces ignoradas. Quiere esto decir que semejantes actitudes no son producto de la inteligencia o de un cultivo particular de determinada facultad interna.
Dejemos ahora a estos héroes de la historia cubiertos de una gloria que nadie osará disputarles y vayamos en busca del héroe desconocido, del que honra al género humano por su acendrada vocación humanitaria, por su voluntario sacrificio como ofrenda permanente y generosa y como sublime tributo al bien perseguido. ¡Cuántos de ellos son ignorados y ni siquiera permanecen sus nombres en el recuerdo de aquellos a quienes beneficiaron! Vayamos también en busca de ese otro héroe desconocido y verdadero que está dentro de cada ser humano, que lucha contra todo lo que se opone a los designios de su voluntad y se sobrepone a todas las contingencias de la vida; que lucha contra las enfermedades que minan su organismo y ponen en peligro su vida; contra las agresiones a que está expuesto cada día, agresiones morales cuyos rudos golpes cuesta a veces tanto reparar; que defiende a brazo partido, de la usurpación y el pillaje, sus economías, y corre mil riesgos para no caer vencido por la desesperación y el infortunio. Y como si todo esto fuera poco, veámosle empeñado en la más ardua y tenaz de las luchas, en la batalla más grande y memorable de toda su historia: aquélla contra su naturaleza inferior que debe vencer y humanizar, contra sus tendencias y pensamientos cuando esclavizan su espíritu y le pervierten la vida.
Cuán digno del mejor concepto es aquel que rompe la estrecha mira de su miopía mental y decide encauzar su existencia hacia otros muy altos destinos, los que, por cierto, no son los comunes al grueso de la masa humana.
En una superación constante, limpiando las escorias de la mente para permitir el libre funcionamiento de todos los resortes de la inteligencia, ese ser libra, como hemos dicho, la batalla más estupenda y magna de su historia. Este es el verdadero héroe, el héroe ignorado que lucha sabiendo por qué lucha, que se incorpora tantas veces como se tumba. Existen en su vida circunstancias que suelen ser crueles, cuando erizado de dificultades el suelo que ha de pisar, le colocan en. la situación de tener que probar su fortaleza. Es en esos momentos intensos que debe apelar a todas las fuerzas internas o buscar dentro de sí mismo, en el refugio íntimo, los recursos necesarios para no desfallecer y poder vencer en la lid.
¿Puede negarse, acaso, esa condición, que implica una alta distinción en el concepto corriente, a quien enfrenta y domina su naturaleza. inferior; a quien alcanza por su esfuerzo, su constancia y el cultivo de altas calidades, una posición ejemplar en el seno de sus semejantes? Por esto sostenernos que éste es el héroe que debe conquistar en el juicio de todos el sitial que le corresponde, aunque cueste tal vez reconocerle pues nadie presencia sus alternativas en esa lucha que no se ve porque es interna, pero que tiene tanto valor como la de aquellos cuyos actos heroicos le ponen de manifiesto.
Cuando este héroe llega a semejarse al grande, al sublime ejemplo, a aquel que pudiendo disfrutar de todo por su sabiduría y evolución prefiere colocarse a. la par de los que ayuda, trabajando en silencio, soportando todas las vicisitudes, haciendo del sacrificio un culto e irradiando con su paciencia llena de luz, la paz por doquier, puede decirse ya que ha conquistado los laureles de la inmortalidad. Pero ha de entenderse esta expresión, en este caso, no como alabanza al prójimo, mas sí como una ofrenda pura, sincera, la más valiosa. de todas, al Supremo Inspirador del alma humana.