Siendo la mente el principal dispositivo de la psicología humana por la importancia fundamental de su sistema, sólo en ella es posible cifrar la única esperanza lógica, en el sentido de poder experimentar un cambio favorable y positivo en la conducción de la vida hacia un futuro mejor, desde el momento en que implicaría tomar contacto con el conocimiento que entraña ese arte supremo que da al hombre el dominio de los elementos o de las fuerzas que operan en el escenario de la existencia humana, y que, desde luego, debe alcanzarse mediante continuos y arduos esfuerzos para no defraudar las ansias del espíritu que busca infatigable el camino de su liberación por el conocimiento; liberación de todas aquellas limitaciones que oprimen al hombre y le inhabilitan para posibilidades mayores en el transcurso de su marcha por la senda de la evolución consciente; liberación de la ignorancia que adormece su inteligencia y de las sombras que oscurecen su razón impidiendo que el entendimiento pueda disfrutar de la sublime felicidad que implica la posesión de tan preciado poder como es el de la penetración mental por la comprensión plena, que se verifica en la conciencia merced al riguroso control del discernimiento.
Preparar la mente, debe ser el punto de mira, básico, y a ello tienen que tender todos los empeños de la criatura humana, cualquiera sea su edad, si quiere transformar su vida vulgar, limitada y expuesta a las contingencias de una lucha agotadora y estéril, y predisponer su espíritu a una nueva forma de vida que trueque su destino incierto por un porvenir colmado de ventura. Pero esto no se logra por el simple hecho de leer un libro, o dos, o muchos, ni profundizando teorías ni siguiendo como autómatas, métodos que pueden describirse o indicarse por la letra o la palabra, pues ello, si bien en los más aventajados podría dar lugar a adquirir alguna preparación, en la mayoría sólo contribuiría a profundizar más el abismo del error, y a que la confusión se hiciese mayor.
La Logosofía señala que para evitar desvíos y pérdidas de tiempo que luego se han de lamentar, ha de partirse de un principio incuestionable. Este principio, que tiene que ser sin duda alguna el que aleccione los primeros pasos, está determinado por la ley que rige todos los procesos; vale decir, que si buscamos una solución X, no hemos de obtener por resultado una solución H; que si preparamos los elementos para construir un edificio, tenemos que idear primero, al concebir sus líneas arquitectónicas, su estructura, y confeccionar luego los planos para dar de inmediato comienzo a la obra, cuidando siempre de que ésta no resulte al final un barco o un puente o un monumento, lo cual estaría muy lejos de ser el pensamiento original. ¡Cuántos hay que proyectando realizar una obra cualquiera se encuentran después con un adefesio! Es la incapacidad por la ausencia de conocimiento lo que pierde indiscutiblemente a los hombres en el laberinto de sus propios pensamientos e ideas.
Si se quiere edificar con elementos de incalculable utilidad una existencia fértil en producciones de alto beneficio, y que todas las acciones estructuren un destino mejor y coloquen al hombre en un lugar privilegiado en el concepto del mundo, debe, como lo indica la Logosofía, comenzarse por efectuar un reconocimiento en lo interno del ser, a fin de establecer cuáles son los valores permanentes y en qué medida y con qué capacidad de conocimiento puede hacerse uso de ellos. Y si este examen muestra la inhabilitación para conducirse por propia iniciativa, partiendo de este punto se llegará muy pronto al convencimiento de que es necesario recurrir a otros conocimientos que hagan posible y faciliten la tarea que cada uno se proponga cumplir al resolverse u optar por encaminarse hacia el logro de lo que aspira.
Repetimos, si se pretende alcanzar con éxito los designios del ideal concebido, es menester munirse de aquellos elementos que propicien el proceso de adquisición de nuevos valores y permitan dirigir la evolución hacia un campo de mayores posibilidades. Tales elementos vendrían a ser la elección del ambiente, de los semejantes y de todas aquellas cosas que representen, para el cumplimiento de los objetivos y aspiraciones, los verdaderos medios de expresión con los cuales debe alternarse y hasta identificar la propia vida.
Es necesario ampliar las perspectivas que ofrecen los limitados medios en que por general se actúa, y dilatando así el campo de las actividades mentales, es lógico que la vida tome un volumen insospechado en cuanto a su potencialidad dinámica y en cuanto a las prerrogativas que día a día se irán abriendo en la visión panorámica que presenten los propios adelantos.
Un adestramiento continuo en el manejo de los nuevos conocimientos que la Logosofía pone al alcance del hombre, es indispensable e imprescindible para adaptar su temperamento a las exigencias de una actividad más intensa, y para que el cansancio no asome jamás por entre los pliegues del organismo. De esta manera, constantemente se le estará dotando de energías y de la fuerza vital que se requiere para no desfallecer en los momentos culminantes en que la resistencia del sistema mental reclama y debe obtener lo mejor de las reservas internas para asegurar el proprio triunfo.
La Logosofía, al ofrecer los elementos básicos para la realización feliz de cada proceso individual, permite a todos encontrar no sólo los medios adecuados que necesitan, sino –y esto es también muy importante– obtener el estímulo necesario para hacer más grata la labor que el ser se haya impuesto. Esos elementos son: el ambiente de la escuela logosófica, el discipulado en general, los libros y demás publicaciones al alcance de diversos grados de comprensión, y por encima de todo esto, el proprio autor de la Logosofía.