Entre las múltiples observaciones que se realizan en el vasto campo de las actividades logosóficas, vamos a destacar una, por considerarla sumamente interesante y de verdadera utilidad práctica para la formación de los antecedentes necesarios a la investigación. Ella es la que se refiere a las preguntas que, desde el momento que se inician los estudios correspondientes a dicha investigación, surgen a granel, a impulso, diremos, de una incontenible curiosidad.
Muchas de estas preguntas son contestadas por los estudiantes de Logosofía, de diferente manera, que preciso es determinar para que bajo tal discriminación se tenga una noción clara de los fundamentos que asisten a las razones con que son expuestas las comprensiones que se emiten sobre el conocimiento logosófico, las que varían según el grado de capacitación del que las inquiere y del que las satisface.
Debe tenerse muy presente que todos los que se hallan empeñados en estas investigaciones están realizando un proceso de evolución que requiere todo un esfuerzo de superación de carácter integral. En consecuencia, no deben ser considerados como logósofos consumados, en la amplia acepción de la palabra, sino como sinceros colaboradores que, a la vez que reciben los beneficios del conocimiento que la sabiduría logosófica les prodiga, se ofrecen con entero altruismo en servicio de los que se hallan en el comienzo de estas investigaciones.
Puntualizando esto, que hemos estimado conveniente no pasar por alto, fácil será comprender que los elementos de convicción que cada uno pueda suministrar a las innumerables preguntas con que irrumpen los aspirantes a este género de conocimientos, son conforme, también, al grado de capacitación alcanzado por el que se ha internado ya en el amplio campo de la Logosofía y cuya vinculación con las enseñanzas le ha puesto en condiciones de ayudar a los que vienen en busca de la palabra que ha de guiarlos hacia una más profunda y amplia concepción de la vida.
Necesariamente, no puede pretenderse que cuando se responde con el propósito de satisfacer las exigencias que por lo común entraña cada pregunta, sea siempre con carácter definitivo, desde que, según venimos expresando, rodea al hecho en cuestión una serie de circunstancias que conviene analizar y tener en cuenta para que no se desvirtúe el verdadero contenido de los conocimientos que provienen de su fuente original.
Al tratar estos interesantes aspectos para penetrar en la técnica de esta nueva disciplina de la inteligencia, debemos señalar que los momentos psicológicos en que culminan las preguntas, son muy diferentes y variados, y que muchas de ellas, por tanto, no obedecen más que a motivos circunstanciales, que obstruyen, circunstancialmente también, el libre paso del entendimiento por el sendero de la explicación.
Si tras de andar por diversos caminos nos encontramos frente a un ancho río y al no tener con qué vadearlo preguntamos cómo podemos hacerlo, se nos dirá que utilizando una balsa hecha de troncos y unos remos, pasaremos a la otra orilla. Si aguzamos la inteligencia y contamos con tiempo, podremos hasta construir una barquilla que ofrezca, tal vez, menos riesgo y más comodidad. El objetivo se habrá logrado, pero si andando un trecho nos encontramos frente al océano, la misma pregunta, lógicamente, no podrá ser contestada de igual modo. Esto explica que aun cuando la pregunta sea idéntica en muchos casos, las necesidades no siempre son las mismas.
Así también ocurre desde que se comienza a incursionar en el campo de la investigación logosófica. No siempre ha de ser satisfecha la pregunta del mismo modo, lo cual presupone una inconmovible solidez de los principios que rigen, en riguroso orden y jerarquía, la evolución del pensamiento a medida que éste toma posesiones en la mente del hombre y se va manifestando a la vez con caracteres más definidos.
Es incuestionable que se ha de conceder toda la importancia que reviste esta discriminación que hacemos respecto a criterio inequívoco con que debe conceptuarse, tanto el fin de la pregunta como el mérito y alcance de la respuesta, y para que este examen de la cuestión sea concluyente, conviene asimismo tener presente que cada logósofo interpreta las enseñanzas desde su punto de vista, implicando ya esto una posible diferencia de criterio, más o menos apreciable, con el de los demás. Es un factor determinante, y que influye considerablemente en la interpretación que puede hacerse de una enseñanza, el grado de preparación y de cultura que cada uno posea, a lo que aún hay que agregar el grado de capacitación logosófica que tenga al realizar dicha interpretación. Y en esto la libertad de conciencia no puede ser más amplia, desde que el dogmatismo no tiene en ello cabida, quedando librada a la interpretación que la inteligencia sea capaz de hacer con todos los elementos que a tal efecto haya podido reunir para aproximarse al significado que la enseñanza contiene.
Muy diferente es cuando el logósofo, a propósito de las preguntas que se formulan, se remite a las enseñanzas logosóficas pertinentes, llevando así a los que interrogan a que directamente las interpreten. Es en ese preciso instante, donde con mayor claridad se comprende la importancia de esa función, cuyo carácter docente se manifiesta espontáneamente en quienes se siente moralmente obligados a auxiliar la inteligencia de los que inquieren, para facilitar una más rápida comprensión, un pronunciamiento más amplio, fruto de una estrecha vinculación con aquello que les resulta un tanto dificultoso comprender.
En el mismo terreno de la realización logosófica se encuentran casos como el que nos presenta aquel que luego de estudiar teóricamente el mecanismo y manejo de una complicada maquinaria, se ve en la necesidad de recabar el auxilio del que la ha estado manejando y tiene de ella un conocimiento fundado en la experiencia. En tal circunstancia, las preguntas toman ya otro carácter, desde que tienden a completar un conocimiento excluyendo los riesgos a que se expondría el ser, al hacerlo sin el concurso de la eficiencia que fuera forjada en la práctica.
Sin embargo, cuántos podrían formular análogas preguntas sobre la misma máquina, careciendo del conocimiento teórico a que hemos aludido. A través de esta reflexión, vemos que el experto conocedor de su funcionamiento no podría responder como lo habría hecho en el primer caso. Existiría una circunstancia que de hecho le obligaría a modificar el contenido de la primer respuesta; y véase aquí como entra en juego la responsabilidad.
Otro caso que queremos presentar, por contener en sí aspectos curiosos y no menos interesantes, y a fin de que se puedan extraer de él hermosas conclusiones, es aquél en que prescindiéndose del acto de inquirir, tendencia innata del espíritu humano, se pretende interpretar el contenido del conocimiento logosófico desde una posición totalmente oblicua, como es la de recurrir a las elementales nociones de Filosofía y Psicología, las que más que nada deben considerarse como un complemento de la ilustración corriente que se recibe.
Si se apela a esos conceptos, ¿cuál es, entonces, la función que tales personas asignan al hombre inteligente para discernir y juzgar la trascendencia de conocimientos que, como los de la Logosofía, suponen enjundiosos y profundos estudios sobre la vida humana, y que por lo mismo que parten de puntos diametralmente opuestos a los ya conocidos, deben considerarse dignos de merecer todo el respecto y el interés de los hombres prominentes en las diferentes ramas del saber y la cultura humana?